Presentación

LA GESTIÓN DE LOS SERVICIOS SOCIALES EN TIEMPO DE CRISIS. REFLEXIONES SOBRE UN NUEVO MODELO SOCIAL. EL PAPEL DEL MUNICIPALISMO. 


Nuestros Servicios Sociales tienen una trayectoria de más de 28 años de historia en el municipio. Su presencia ha sido una constante en el ámbito institucional, territorial, social y comunitario. La reciente historia de la vida local no se podría relatar sin la implicación y las aportaciones de los Servicios Sociales, constituyendo un reconocido referente de proximidad y de cotidianidad en la atención de las necesidades personales y sociales. 

En el transcurso de estas tres últimas décadas, hemos ido afrontando diversos momentos con sus especiales características y particularidades, tratando de descifrar las transformaciones sociales de cada etapa y acompañando a las personas y a las colectividades locales en sus complejas dinámicas relacionales de ajuste y adaptación. En este devenir, las cosas no han resultado especialmente fáciles. En un contexto histórico de profundos y acelerados cambios, el anclaje a la realidad no ha estado exento de enorme dificultad, atendiendo al desconocimiento del propio sistema en el conjunto de la sociedad, a su tardía incorporación en la agenda pública, a la fragilidad de todos sus elementos estructurales y, por supuesto, a la debilidad respecto a los restantes sistemas de bienestar. 

Los antecedentes de los Servicios Sociales se sitúan en una etapa de expectativas de cambio en la sociedad española, concibiéndose como un valor añadido en el conjunto de las medidas modernizadoras en la vida de este país. Su papel estaba revestido de cierto simbolismo desde la perspectiva histórica del reconocimiento de las necesidades y en cuanto a su contribución a propiciar el tránsito desde el paradigma de la institucionalización hacia el paradigma de la normalización. Por otra parte, desde la lectura constitucional de Estado social y democrático de derecho, los Servicios Sociales supusieron una avance para dotar de contenido social a los Poderes Públicos, principalmente a los Ayuntamientos en cuanto instrumento de legitimidad. 

Reiteramos que las cosas en Servicios Sociales nunca han resultado fáciles, máxime si nos atenemos al punto de partida, en el que no había nada y todo estaba por hacer. Pero hemos estado ahí, cumpliendo con nuestra finalidad como sistema público de protección social, efectuando el acompañamiento personal, dialogando con los ciudadanos y generando entramado relacional. Como siempre, contemplando a las personas como el principal activo de la sociedad. 

Sin referentes teóricos claros ni modelos conceptuales bien definidos, tuvimos el privilegio de empezar a escribir una historia sobre papel en blanco. Con nuestro trabajo cotidiano, con entusiasmo, no exento de ingenuidad, con nuestra praxis inspirada en el diálogo comunitario, no nos cabe duda, que desde entonces, hemos efectuado aportaciones para configurar los actuales Servicios Sociales. Con sus imperfecciones y debilidades, lo cierto es que hoy disponemos de unos Servicios Sociales que antes no teníamos, arraigados en lo local e identificados, en el sentir colectivo, por su dedicación y responsabilidad en la gestión de aspectos importantes y relevantes que afectan a la vida de las personas.

Desde esa perspectiva local, hemos construido un modelo descentralizado territorialmente, próximo a las necesidades ciudadanas, con una amplia y diversa estructura técnica y organizativa, dotándose de unos referentes de reconocimiento institucional como servicio público. A la vez que hemos crecido como organización por la acumulación de competencias y nuevas responsabilidades, también han sido notables los requerimientos para aportar y ampliar el repertorio de respuestas a las necesidades de cada momento. Esta ha sido una característica, de cuya encrucijada no se han desprendido nunca los Servicios Sociales, en el sentido de que también se han tenido que atender las necesidades internas propias como sistema de trabajo, en cuanto es una organización que tiene fuertes exigencias de flexibilidad para adaptarse a un contexto cambiante y diverso. Crecer, consolidarse, flexibilizarse como organización y, al mismo tiempo, articular e incrementar la capacidad de respuesta. Todo ello, en el transcurso de un breve periodo de tiempo y en un contexto de profundos y acelerados cambios. 

Desde su posición social e institucional, en cuanto relación de proximidad, los Servicios Sociales Municipales han sido testigos privilegiados de esas tendencias de cambio y transformación que ha experimentado la sociedad española en el contexto de las ciudades. 

En un entorno de perplejidad e incertidumbre, la coyuntura actual está suponiendo una fuerte sacudida en la forma de funcionar de los Servicios Sociales, tanto desde la concepción tradicional como desde la configuración y el papel que deben asumir en su orientación de futuro. 

Por un lado, los Servicios Sociales se encuentran afectados e inmersos en las dinámicas del propio cambio social, que ha incidido en un emergente marco de nuevas y más diversas necesidades, con mayor componente de complejidad y heterogeneidad y para los que no tenemos respuesta. El sistema se diseñó en un momento en que se reconocían ciertas estructuras básicas de provisión de bienes (familia, ámbito laboral y redes comunitarias), asignándole un papel de complementación con las mismas. Hoy observamos, como la estructura de población, nuevos fenómenos sociales, los comportamientos y las demandas ciudadanas se diversifican (mayor exigencia de autonomía individual, reducción y diversidad de formas de convivencia familiar, envejecimiento, personalización de las demandas, heterogeneidad del mercado de trabajo y pérdida del papel articulador del mundo laboral, nueva perspectiva temporal y de usos en el funcionamiento de la ciudad, demanda específica con determinados sectores de población, incorporación de la mujer al mercado de trabajo, multiculturalidad, inmigración, pérdida del simbolismo en el ciclo vital, exigencias de movilidad, pérdida de referentes sociales, nuevas formas de pobreza y exclusión, etc.). Un nuevo mapa de riesgos involuntarios y necesidades no previstas. 

Por otro, el impacto de la crisis y sus efectos sobre la estabilidad de las personas. La crisis es una realidad innegable y ceñida a su estricto marco económico de referencia. Pero en poco tiempo, se ha convertido en un concepto colonizador que lo invade todo. Se ha convertido en una terminología totalizadora y omnipresente. Todo se argumenta y justifica a través de la crisis. Este uso indiscriminado, en unos casos e intencionado en otros, tiene sus consecuencias y efectos perversos en todos los ámbitos vitales, percibiéndose las expectativas de futuro con desconfianza, temor y desaliento. Para amplios sectores de la sociedad, la excesiva confianza puesta en el crecimiento económico supuso el desanclaje y desafección respecto a otros sistemas con mayor poder de protección ante los riesgos de la vida. Los Servicios Sociales somos herederos de los efectos de este desconcierto. 

Desde esta encrucijada, el sistema de protección social tiene que orientar su futuro, bajo la influencia de la crisis, que coincide en un momento de reducción de ingresos, más gastos sociales derivados de los nuevos riesgos y la configuración emergente de otro tipo de necesidades. Un escenario crítico, que deriva hacia una situación real y percibida de inseguridad social, con un mayor grado de exigencia hacia el sistema. La presión asistencial y las demandas van en aumento. Se está instalando una cierta sensación de colapso y de crisis funcional, en la que los acontecimientos desbordan la capacidad de planificación y articulación de respuestas. 

El planteamiento básico y organización que sustenta a los actuales Servicios Sociales se remonta a principios de la década de los ochenta. La realidad de la sociedad española, hace 30 años, era muy diferente a la actual. La finalidad del sistema no puede ir mucho más allá del marco de necesidades que se conceptualizaron en aquel momento como prioritarias, en el sentido que eran evidentes y compartidas, estaban identificadas y resultaban previsibles. 

En estas circunstancias, tenemos que repensar el modelo local de protección social. Los Servicios Sociales, frente a la situación que hemos descrito, denotan poco más que un carácter meramente instrumental y testimonial. Así no podemos continuar. Estamos asistiendo al agotamiento e inanición del sistema. Es razonable que se plantee su papel para alinearlo a una estrategia más global. Los Servicios Sociales, tal como están concebidos, no tienen capacidad ni vocación para articular políticas sociales consistentes. El activismo, lo accesorio, lo superficial, lo inmediato y el concretismo han sustituido a la reflexión, a lo constitutivo y a lo importante. El simplismo frente a lo complejidad. Estas renuncias suponen una manifiesta debilidad del sistema y una total pérdida de potencial estructurador. ¿Pueden sobrevivir unos Servicios Sociales que renuncian a dar explicaciones y reflexionar sobre la complejidad del individuo y sus interacciones en el entorno social, como elemento definitorio del propio sistema? ¿Pueden perdurar unos Servicios Sociales si sólo se les identifica, de manera reduccionista, por el papel que se les ha asignado como meros prescriptores de prestaciones? ¿Pueden justificarse desde un discurso demasiado centrado en la gestión de los recursos y muy poco relevante en la denuncia y constatación de las necesidades, renunciando a su obligación de contribuir a descifrarlas?. 

El momento actual y la orientación de futuro exigen nuevos planteamientos conceptuales y organizativos, así como de procesos que deben acompañar la construcción de una nueva arquitectura de las políticas de protección social, desde el contexto de las ciudades. Reflexionar, analizar opciones y alternativas para que todos los aspectos recobren sentido y coherencia desde una visión más amplia y enriquecedora que contemple la gestión estratégica de la cohesión social como elemento vertebrador de la vida local. 

De acuerdo, estamos en un momento crítico y de incertidumbre: Si nos dejamos llevar por la influencia “presentista”, con la aceptación de una situación impuesta, todo serán limitaciones y desánimo. La queja permanente no nos dejará ver lo que está pasando. Analizar y avanzar. Analizar e identificar aquellos aspectos que han supuesto consistencia y estabilidad para el funcionamiento del sistema social y, a la vez, puedan tener solución de continuidad para avanzar y explorar nuevas oportunidades. Estamos en una sociedad compleja que requiere políticas sociales complejas a partir de la interconexión de diversas realidades, incorporando otras perspectivas de los contextos y desde una nueva interpretación de las dinámicas relacionales. 

En la coyuntura actual, persistir en la forma de hacer las cosas y en las características de funcionamiento, nos aboca a recorridos de corto alcance que deslegitiman totalmente el sistema de intervención social, tal como se había concebido hasta el momento. Ahora bien, no nos cabe duda, de que el propio sistema de protección social tiene suficientes atributos y potencialidades para su puesta en valor y reorientarse hacia una estrategia más amplia y envolvente relacionada con la gestión de la cohesión social, como forma de hacer ciudad con los ciudadanos. Partimos del convencimiento de que podemos y debemos iniciar un cambio de paradigma en el modelo social local, contribuyendo a descifrar su papel, a partir de la repercusión de los fenómenos globales en el escenario local, la gestión de la proximidad, la vida en los barrios y la cotidianidad, restablecer el diálogo comunitario como nueva forma de entenderse con los ciudadanos, recabar complicidades con los colectividades locales, la participación ciudadana y el compromiso cívico con la vida en comunidad, la revalorización del espacio público y la asignación de nuevos significados, la búsqueda de alternativas para la conciliación de la vida personal, familiar y laboral, la gestión igualitaria de la diversidad, generar ideas para una economía solidaria, reiventar y producir bienes relacionales, recuperar el discurso de los derechos, la incorporación de nuevos actores comprometidos con la vida local. Como punto de partida, el modelo social local está en buenas condiciones para incorporar innovación y creatividad, tiene suficiente flexibilidad para experimentar nuevas maneras de intervención social y de respuesta a las necesidades, ejerciendo su potencial interactivo con los restantes sistemas de bienestar. 

El contexto actual también supone aceptar las amenazas y dificultades que recaen sobre los Servicios Sociales, en el sentido de afrontar las presiones para que se replieguen a un papel puramente clientelar y asistencialista, presentándoles como un coste innecesario que justifique la aplicación de medidas de recorte presupuestario, con la consiguiente vulnerabilidad en la práctica de ciertos derechos. 

Las políticas de bienestar social no pueden justificarse ni confundirse con el crecimiento económico. En estos últimos tiempos, ya se ha demostrado que más crecimiento no supone más cobertura y protección social, en muchas situaciones, ha tenido efectos contrarios. Queremos un modelo social que recupera la centralidad en las personas desde la perspectiva de las trayectorias vitales y en el marco interactivo de las emergentes dinámicas sociales. Tenemos que ir más allá de lo que el sistema tenga a bien ofrecer, pensar en una organización que se adapte más eficazmente a las necesidades específicas de cada momento, contemplando a las personas como el principal activo de la sociedad. En la línea argumental expuesta por Fernando Fantova (Gobernanza de los Servicios Sociales en tiempo de crisis. Barcelona, 2011), estamos convencidos que este planteamiento constituye un componente esencial de las políticas municipales, reivindicando un mayor protagonismo de los Ayuntamientos para fortalecer el papel del sector público en cuanto contribución estratégica a la creación de capital social a través de redes sociales de reciprocidad y confianza en el ámbito comunitario, a través de experiencias de convivencia y cooperación. Siguiendo a Fantova, “construir un nuevo ámbito de los Servicios Sociales desde un enfoque relacional, participativo, comunitario, activador y proactivo”. 

Las tendencias impuestas por dinámicas globalizadoras, la significativa individualización de las opciones vitales, los nuevos riesgos sociales, así como los efectos de la crisis han supuesto la desaparición y/o debilitamiento de los referentes sociales y comunitarios de la actividad humana y personal. El entramado de bienes relacionales sobre los que asentaba la confianza, el apoyo y la colaboración para la consecución de los objetivos vitales, hoy ya no existen o, en todo caso, están tan debilitados e inconexos que resultan insuficientes e ineficaces. En estas circunstancias y ante la pésima gestión de la “crisis económica”, no sería aventurado prever un escenario de mayor fragmentación y tensión social. 

Hay que adoptar iniciativas para propiciar la reflexión y el análisis sobre la configuración que debe adoptar el sistema de protección social. Por la ubicación institucional y por la posición de proximidad, consideramos que el municipalismo está fuertemente comprometido en asumir el liderazgo que implica este proceso de construcción de un nuevo modelo social y, que en definitiva, supone gestionar de manera responsable para ayudar a crear comunidades locales más atentas y sensibles hacia los demás, a implantar una nueva cultura cívica de la responsabilidad ciudadana y a concebir la ciudad y su espacio público como lugares de interacción e integración.


Joan Rovira Prats
Jefe Sección Servicios Sociales
Febrero 2012